Encabezado

diciembre 22, 2013

Un papa distinto para un mundo distinto


Por   | LA NACION/GDA
ROMA.- Seis y media de la mañana del 4 de diciembre. Todavía es de noche en Roma y el frío húmedo cala los huesos, pero hay movimiento en el Vaticano. Es miércoles y la Via della Conciliazione ya está cerrada al tránsito, totalmente vallada. Algo que antes no sucedía, salvo para megaeventos, como la beatificación de Juan Pablo II o la Madre Teresa de Calcuta. La madrugada es gélida. Pero empiezan a aparecer grupos de peregrinos de distintas partes del mundo, que van tomando posición en la Plaza San Pedro.
En invierno las audiencias papales solían ser en el Aula Pablo VI, que ahora no da abasto: el flujo de gente se ha multiplicado y por eso el encuentro es a la intemperie. El frío es intenso, pero no importa. Lo único que importa es verlo y escucharlo a él, a Francisco. Ese papa "que es uno de nosotros", que desde su elección, el 13 de marzo, provocó un milagro: revitalizó a una Iglesia Católica en crisis. Y, al poner en marcha una revolución moral, de humildad y de austeridad en el Vaticano, inspiró al mundo.
El ex arzobispo de Buenos Aires había comenzado el año convencido de que iba a jubilarse y retirarse a vivir en la habitación número 13 del Hogar Sacerdotal de la calle Condarco, en Flores. Pero cierra este 2013 (marcado por la valiente renuncia de Benedicto XVI al trono de Pedro, el 11 de febrero) no sólo como el "personaje del año" de la prestigiosa revista Time y de 11 de los principales diarios de América latina, sino con multitudes fascinadas que invaden la Plaza San Pedro para escuchar su catequesis todos los miércoles, y su Ángelus, todos los domingos. Y con jefes de Estado y de gobierno que forman fila para ser recibidos en audiencia e invitarlo a visitar sus países.
No son sólo católicos los que quieren ver y escuchar al Papa. Entre esa multitud colorida, en la que hay ancianos y chicos, jóvenes con carteles, centenares de enfermos en busca de una caricia, también se ven algunas mujeres musulmanas con la cabeza envuelta en un pañuelo, además de simples curiosos o turistas. Están ahí porque saben que las catequesis de Francisco son distintas. No es porque empieza diciendo con total normalidad "Buongiorno, fratelli e sorelle" y se despide los domingos con un familiar "buen almuerzo y arrivederci".
Es porque su mensaje es claro, comprensible, directo, optimista, alegre. Porque su mensaje -que es el del Evangelio, un Evangelio que llama a acompañar a los heridos de este mundo, no a condenarlos- le llega a la gente. Toca a diario la realidad de hoy, en un mundo muy distinto al que debieron enfrentar sus predecesores, con su desempleo, sus injusticias, las guerras, la exclusión de millones de personas, jóvenes y ancianas. Con el "escándalo" del hambre, el drama de los migrantes que buscan un futuro mejor, la corrupción, la trata de personas, el tráfico de droga y otros flagelos.
Y él predica con el ejemplo: por eso es que su mensaje caló tan profundo, por eso es que llamó tanto la atención, en América latina, en Europa, en Estados Unidos y hasta en Asia.
"Los gestos y las palabras del Papa consiguen el apoyo masivo de los que se definen como católicos practicantes. En tiempos de crisis, lo más probable es que éstos echen en falta que sus obispos no hayan prestado suficiente atención, como ahora sí hace el Papa, a temas como la pobreza o la condena al enriquecimiento abusivo", dice el sociólogo José Juan Toharia, director de la consultora española Metroscopia.
La multiplicación de fieles en el Vaticano, el regreso de miles y miles de católicos a la misa y al confesionario ("que no debe ser una sala de tortura") son algunos de los tantos cambios provocados por Jorge Bergoglio.
Ya desde la noche del "habemus papam", al elegir el nombre "Francisco", inspirándose en el poverello de Asís, que se despojó de toda su riqueza para abrazar a los leprosos, el cardenal jesuita de Buenos Aires dejó en claro que ya nada sería como antes en el Vaticano.
"Bergoglio es un hombre libre, que nunca estudió en Roma y que no tiene una mentalidad «romana». Ha traído una nueva visión del Sur, basada en su experiencia como jesuita y como sacerdote callejero", subraya el vaticanista Gerard O'Connell.
O, en palabras del semanario Time: "Sin cambiar la letra, logró cambiar la música" en el Vaticano.
Desde la noche misma de su elección, Bergoglio prefirió llamarse a sí mismo "obispo de Roma", algo que marca un cambio profundo en la relación con las demás Iglesias cristianas que no reconocen la supremacía del Papa y con los episcopados de todo el mundo. Además, borró de un plumazo antiguas tradiciones y prefirió presentarse al mundo sin pompa: apareció con su cruz de plata de siempre, su anillo de siempre, sus zapatos negros y gastados, sin la muceta roja. Terminaba una era y comenzaba otra.
El Papa, que reconoce ser "indisciplinado" y dice estar acostumbrado a vivir en comunidad, desde el principio se quedó a vivir en la Casa Santa Marta, todo un cambio.
Inauguró una nueva forma de ejercer el papado con otro cambio crucial, que habla de colegialidad, al crear un consejo de cardenales (el denominado G-8 del Papa), para que lo ayude a reformar a la curia romana, marcada por intrigas y escándalos durante el fin del pontificado de Benedicto XVI, y en el gobierno universal de la Iglesia.
Consciente de que la credibilidad de la Iglesia se vio minada también por el escándalo del Banco del Vaticano (IOR), bajo sospecha de lavado de dinero, el Papa creó una comisión que está analizando qué hacer: ¿cerrarlo, transformarlo, convertirlo en un fondo de ayuda? En todo caso, quiere una entidad transparente.
También puso en marcha una comisión que está revisando todas las finanzas del Vaticano y otra para aumentar sus controles. Para atacar el escándalo por los abusos sexuales de chicos por parte de sacerdotes, acaba de crear una novedosa comisión para la protección de niños.
Pero hay más. A fines de agosto nombró secretario de Estado a Pietro Parolin, ex nuncio en Venezuela y diplomático de gran prestigio, con quien tiene gran sintonía por su estilo similar, humilde, sencillo, de pastor, ajeno a las internas de poder. Y, consciente de que en los últimos años muchos se alejaron de la Iglesia Católica porque no supo acompañar a quienes estaban en sus periferias (los pobres, los heridos, los divorciados vueltos a casar), Francisco llamó a una suerte de revolución moral.
"¿Cómo estamos tratando al pueblo de Dios? Yo sueño con una Iglesia Madre y Pastora. Los ministros de la Iglesia tienen que ser misericordiosos, hacerse cargo de las personas, acompañándolas como el buen samaritano que lava, limpia y consuela a su prójimo. Esto es Evangelio puro. Dios es más grande que el pecado. Las reformas organizativas y estructurales son secundarias; vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes. Los ministros del Evangelio deben ser capaces de encender el corazón de las personas, caminar con ellas en la noche, saber dialogar e incluso descender en su noche y su oscuridad sin perderse", dijo el Papa en su entrevista con la revista jesuita Civiltá Cattolica.
Esa entrevista fue el anticipo de su primer gran documento, la exhortación apostólica "Evangelii Gaudium" (La alegría del Evangelio), según los expertos una verdadera encíclica en la que presentó su programa de acción. Francisco habló allí de la conversión del papado, de descentralización, de la Iglesia en estado de misión permanente. Por todo esto, si bien pasaron poco más de nueve meses, la sensación en el Vaticano (donde ya no se ven cardenales con autos de lujo ni con cruces de oro y piedras preciosas) es que pasaron años.
El cambio llamó la atención de los medios de todo el mundo, que nunca le dieron tanto espacio a un papa. Francisco es noticia casi a diario: además de Time y varias otras revistas prestigiosas, fue tapa de The New Yorker y Vanity Fair porque su protagonismo va más allá de su papel como líder de la Iglesia Católica: es cada vez más un actor político central.
Incluso en China, que no tiene relaciones diplomáticas con el Vaticano, en la prensa oficial suelen aparecer fotos de Francisco besando a enfermos. El día de su asunción, la agencia oficial Xinhua tituló: "El nuevo papa Francisco es cercano a los pobres" y destacó: "Es un sacerdote alejado de los círculos de poder; con enorme frecuencia se lo podía encontrar recorriendo asentamientos precarios en la periferia de Buenos Aires".
Si Juan Pablo II tuvo un papel esencial en la caída del comunismo, Francisco, un papa del fin del mundo, lucha ahora por derribar la brecha Norte-Sur. En sus palabras, derrumbar "el muro de la globalización de la indiferencia", de la "cultura del descarte", que dominan un mundo agobiado por el desempleo, las guerras y las secuelas de una crisis financiera que sigue haciendo estragos.

RESISTENCIA

Pero no son todos elogios. Las palabras de Francisco descolocan a muchos en Wall Street, y, sobre todo, a sectores conservadores de la Iglesia Católica misma y de la curia romana.
"La clave de lo que está consiguiendo Francisco es ofrecer una Iglesia que cura, más que una Iglesia que regaña. Un papa que habla de ternura, de misericordia, del amor a los que están sufriendo. Es un cambio que llega a la gente, aunque a muchos grupos pueda molestarles", admite Juan Rubio, sacerdote y director del semanario religioso español Vida Nueva.
Si en tan sólo nueve meses consiguió entusiasmar a quienes están fuera de la Iglesia, también logró inquietar a los "catos" tradicionales, que se sintieron muy cómodos con Benedicto. Estos denuncian un proceso de "desacralización" del papado.
Los sectores conservadores de la Iglesia española, por ejemplo, no ocultan su perplejidad. Ahora esperan que promueva cambios en la cúpula: el presidente del Episcopado español y arzobispo de Madrid, Antonio Rouco Varela, dejará su cargo en breve.
La voz del papa argentino alienta también a los sectores eclesiásticos de base, muy críticos de la jerarquía. "Estamos ante un momento muy especial, que puede hacer posible un cambio de orientación hacia la solidaridad y la esperanza en medio de la crisis que vivimos. El mensaje de Francisco da relevancia al pobre y alienta una iglesia más democrática, más evangélica", sostiene el sacerdote Evaristo Villar, vocero de la organización española Redes Cristianas.
Pese a que los católicos son apenas el 10% de la población en Gran Bretaña, también allí se nota un "efecto Francisco". Según una encuesta reciente publicada por el conservador The Times, el 17% de los consultados mejoró su percepción de la Iglesia Católica en los últimos meses.
"El candidato obvio a ser el nuevo héroe de la izquierda es el Papa", escribió el periodista y escritor Jonathan Freedman en el progresista The Guardian, al sintetizar la "revolución" de Bergoglio. "El póster de Francisco puede reemplazar al de Obama en las paredes de todo izquierdista", agregó, al mencionar el compromiso con los pobres que ha hecho sonar una música distinta desde el Vaticano.
¿Cuándo antes un papa había desayunado junto a un grupo de sin techo en el día de su cumpleaños, como hizo Francisco el martes pasado?
También Francia, otrora considerada la "hija mayor de la Iglesia" y hoy entre los países más ateos del planeta, mira con fascinación al descontracturado pontífice argentino. Para los católicos practicantes, ha conseguido "estimular" la fe.
"Mi orgullo de ser católico es más fuerte que hace un año", dice Alexandre, un parisino de 35 años. "Las palabras de Francisco corresponden, por fin, a lo que yo vivo en mi parroquia: una Iglesia abierta", añade. Son palabras similares a las que se escuchan en las calles de muchos otros países.
Excepto algunos sectores ultra-conservadores, la mayoría de los católicos practicantes en Francia percibe a Francisco como un factor de unidad. "Quiero creer en la inteligencia del Papa para reconciliar a todos los franceses", apunta Matthieu Floucaud. Prudente, la mayoría de los especialistas aplaude el cambio "de estilo" de Francisco, pero espera las primeras medidas concretas.
El cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga, coordinador del G-8, afirmó que hay que tener paciencia en cuanto a una reforma de la curia romana. El tema está en pleno análisis y "discernimiento", por lo que no se pueden esperar cambios de la noche a la mañana, dijo.
El francés Jean-François Colosimo, experto en religiones, sin embargo, no tiene dudas. Francisco conseguirá sus objetivos: "Este nuevo papa es mucho más abierto que sus predecesores. Juan Pablo II tenía el mismo carisma, pero nunca le interesó reformar. Benedicto XVI nunca pudo hacerlo. Francisco quiere y tiene la energía necesaria", resume.
Más allá de haber sido el personaje del año de la revista Time (que, además, le dedicó otras dos portadas), para Estados Unidos la clave fue el primer viaje internacional de Francisco a Brasil para la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).
La prensa se mostró fascinada por su "liderazgo desde la humildad", en palabras del influyente The Washington Post, y conmovida por la recordada frase "¿Quién soy yo para juzgar a un gay?", con la que rompió un tabú.
"Desde entonces, las cosas han cambiado. Las cadenas y los periodistas siguen a Francisco no porque sea el Papa, sino porque saben que allí hay una noticia. Y eso es una forma totalmente distinta de abordaje", dijo el padre Javier Dolesville, de la iglesia de la Santa Cruz, en Maryland, Estados Unidos.
El paso por Brasil de Francisco fue como un tsunami, con impacto no sólo en el mismo continente, sino también en el resto del planeta.
"Fue un éxito comunicacional frente a los jóvenes. Fue espontáneo, auténtico, gracias a su carismática presencia y a la sencillez de sus actos", opinó Paulo Fernando Carneiro de Andrade, decano del Centro de Teología y Ciencias Humanas de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro. "En un tiempo corto, Francisco consiguió cambiar la cara de la Iglesia, modificar su agenda y renovar la fe de millones de católicos alrededor del mundo. Y su participación en la JMJ fue fundamental. Aquí reafirmó sus ideas de que la Iglesia tiene que regresar a sus comunidades de base, al trabajo en las calles, a estar más cerca de la gente", agregó.
"Un cambio ya visible es que a través del Papa, un enorme número de personas percibe en su corazón un llamado divino a una comunión en el amor. Es el mensaje de siempre, que él ha sabido transmitir con un estilo testimonial comprensible a un mundo descreído por el eufemismo, la mentira y la hipocresía. El tiempo irá delineando la real dimensión de este acontecimiento, que se extiende más allá de la propia Iglesia", dijo Roberto Bosca, docente de la Universidad Austral e integrante del Consejo Argentino para la Libertad Religiosa.
Chiara, monja oriunda de la Polinesia, que desde hace ocho años vive y trabaja en la Casa Pablo VI, el hotel de la Via della Scrofa donde solía alojarse Bergoglio cuando venía a Roma, no tiene dudas. "Él es el hombre justo, en el momento justo".
Con la colaboración de Luisa Corradini, Alberto Armendáriz, Silvia Pisani, Martín Rodríguez Yebra, Jana Beris, Ricard González, Natalia Tobón y Daniel Lozano..