Francisco, un constructor de puentes que consolida su
liderazgo moral global
- El Papa realizó en 2015 su primera visita a la región
- Visitó Cuba y los EE.UU. en pleno deshielo en sus relaciones
Elisabetta Piqué
La
Nación/Argentina/GDA
ROMA.- Viajó a once países de cuatro
continentes. Escribió una encíclica sobre el ambiente, Laudato Sí, la primera
de un Papa sobre este tema que preocupa a todos, creyentes y no creyentes.
Inauguró el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, tema central de su
pontificado, no en el Vaticano, sino en Bangui. La capital de República
Centroafricana, ex colonia francesa víctima de una guerra civil desde hace
años, periferia de las periferias del mundo y todo un símbolo del rumbo
renovador de su pontificado.
El papa Francisco cerró así un año
intenso, en el que consolidó su liderazgo moral mundial. Su rol de papa “diplomático”
quedó afianzado con el histórico deshielo entre Estados Unidos y Cuba. Su viaje
de septiembre a la isla comunista del Caribe y el histórico vuelo que, por
primera vez en más de cinco décadas, hizo desde allí, uniendo la ciudad de
Santiago de Cuba con la base aérea Andrews de Washington -donde
excepcionalmente lo esperaba Barack Obama - demostraron que, si hay
determinación y voluntad, puede funcionar esa cultura del diálogo que pregona
desde el día de su elección, el 13 de marzo del 2013.
“Una de las frases favoritas del Papa es
que hay que derribar muros y construir puentes. Creo que el viaje a Cuba y
Estados Unidos fue una concretización de esta idea fantástica, porque ha sido
un puente entre dos realidades que no se hablaban. El Papa es un gran defensor
de la cultura del diálogo y lo está demostrando con hechos”, dice el padre
Mariano Fazio, argentino como Jorge Bergoglio y desde hace un año vicario
general de la prelatura del Opus Dei.
El deshielo entre Cuba y Estados Unidos
–impensable hace dos años pero posible gracias al impulso de un papa
latinoamericano, más allá de los esfuerzos que venían haciendo el Vaticano y
Canadá- marca claramente ese pasaje de Francisco, el papa de los pobres, el
papa cercano a la gente, a un rol político-diplomático de inmensa trascendencia
en un mundo azotado por lo que el ex arzobispo de Buenos Aires considera una
“tercera guerra mundial en pedazos”.
“Es increíble que Francisco, el
Papa-pastor que más rechazaría la imagen del Papa político-diplomático,
finalmente sea el Papa que logra dar estos pasos fundamentales en la escena
internacional”, afirma el uruguayo Guzmán Carriquiry Lecour, el laico con el
cargo más alto en el Vaticano, secretario de la Pontificia Comisión para
América latina.
“Eso ya estuvo presente en la intuición
profética de San Juan Pablo II cuando, caído el muro en la dialéctica
Este-Oeste y caído el socialismo real, pensó inmediatamente que entonces
tenían que caerse los muros en la dialéctica Norte-Sur. Y qué mejor que el
continente americano de gran presencia católica para que esos muros fueran
cayendo. Esto del Papa entre Cuba y Estados Unidos de alguna manera prosigue
esa intuición profética, dándole la posibilidad a los Estados Unidos de hacer
una revisión profunda de sus responsabilidades graves con América latina en los
últimos 20 años de su política incierta y de descuido del continente, para
relanzar la relación, mientras que al mismo tiempo esta reapertura del diálogo
trae consigo graduales pero profundas transformaciones en todas las dimensiones
de la vida de la nación cubana”, añade.
Ese
rol de Papa-diplomático fue más allá de Cuba. Consciente de su rol de
“pontifex”, de puente, desde la emblemática Plaza de la Revolución, donde la
inmensa silueta de otro argentino –el Che Guevara- dominaba el ambiente, el
Papa también se interesó por el fin de otro conflicto que lleva más de
cincuenta años y que provocó miles de muertes: el enfrentamiento entre las
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el gobierno colombiano.
“Por
favor, no tenemos derecho a permitirnos otro fracaso más en este camino
de paz y reconciliación", dijo Francisco, en alusión a las negociaciones
que se desarrollaron en Cuba entre el gobierno colombiano y las FARC, que
deberían desembocar en la firma de un acuerdo de paz en marzo próximo.
Antes de pisar Cuba y Estados Unidos –un
viaje que unió a dos países hasta hace poco enemigos, con sistemas opuestos- no
casualmente el Papa visitó Ecuador, Bolivia y Paraguay, en la primera gira a su
continente (el viaje para la Jornada Mundial de la Juventud), en julio pasado.
“Nos está enseñando a ver que los primeros
son los más débiles, los más humildes. Y viajó a tres países que son, ante los
ojos humanos, periféricos, pero con una gran riqueza, que es su fe”, señala Fazio.
Y hablando de las periferias, el Papa
tampoco casualmente cerró su año de viajes internacionales con una gira por
Kenya, Uganda y República Centroafricana, la visita más arriesgada de su
pontificado. Allí, en otra ruptura con la tradición de la Iglesia católica, se
convirtió en el primer papa que no abre en el Vaticano un año santo. Y también
inauguró anticipadamente el Jubileo de la Misericordia abriendo la Puerta Santa
de la catedral de Bangui, capital de un país desangrado por una cruenta guerra civil
desde hace cuatro años.
“Por primera vez en la historia un gesto
típico del centro de la Iglesia, como abrir la Puerta Santa de un Jubileo, fue
realizado en una periferia de periferias. Eso es totalmente novedoso, no sólo
para leerlo en clave de descentralización de la organización de la Iglesia,
sino también para leer la visión de la realidad desde las periferias del Papa”,
destaca el padre Carlos Galli, miembro de la Comisión Teológica Internacional
del Vaticano.
Jorge Bergoglio, que en Filipinas celebró
en enero una misa en medio de un tifón en la isla de Tacloban, castigado un año
antes por el huracán Haiyan, enfundado en un poncho de plástico amarillo igual
que el que vestía la multitud, volvió a impactar por su estilo humilde,
sencillo, simple, cercano a la gente. En Estados Unidos usó para desplazarse un
simple Fiat 500. Y como siempre detuvo su papamóvil para darle una caricia a un
discapacitado, a un niño, a una anciana. Así y más allá de las resistencias de
un núcleo duro conservador que lo acusa de populista y le teme a esa Iglesia
que no condena sino que acompaña, volvió a insistir en la urgencia de salir a
curar a los heridos de hoy, sin excluir a nadie.
Para Galli en este sentido es clave un discurso que
hizo Francisco para la conmemoración del cincuentenario de la institución del
sínodo de obispos, justo en medio de la asamblea que hubo en el Vaticano en
octubre pasado donde por primera vez se discutieron con franqueza y libertad
temas antes tabú que hacen a la familia de hoy.
“Entonces dijo que la Iglesia debe ser una pirámide
invertida: el pueblo arriba, los ministros, obispos y todos los demás en el
medio, y el Papa abajo de todo, porque es siervo de los siervos de Dios”,
destacó.
“Esa frase que
puede sonar simpática tiene un sentido eclesiológico profundamente renovador.
¿Por qué? Porque el que conoce la historia de la eclesiología sabe que antes
del Concilio Vaticano II la imagen de la Iglesia era piramidal, pero al revés:
el pueblo de Dios abajo, los ministros y el Papa en la punta. Esa figura
simbólica muestra claramente este giro copernicano de la pirámide invertida,
donde todos nos servimos mutuamente”, agrega este teólogo argentino.
En ese mismo
discurso clave, que pronunció en medio de un sínodo marcado por divisiones,
Francisco reafirmó su autoridad. Recordó que es el “supremo garante de la
obediencia de la Iglesia a la voluntad de Dios”, llamó a reforzar el camino
sinodal a través de la escucha del pueblo, a una “saludable descentralización”
de la Iglesia y hasta a “la conversión del papado” mismo.
Fueron palabras fuertes, en un año en el
que las resistencias a la reforma estructural de la curia romana que está
llevando a cabo quedaron más evidentes que nunca en dos libros best-seller (Vía
Crucis y Avaricia) recientemente publicados, basados en documentación filtrada
desde el mismo Vaticano. Pero eso al Papa no le quitó el sueño, como él mismo
aseguró.
En un 2015 marcado por los atentados
de París y un estado de alerta mundial por temor a nuevos atentados
fundamentalistas, Francisco se convirtió en el primer Pontífice que hizo subir
a un imán a su papamóvil, durante su arriesgada visita a un encalve musulmán de
Bangui, la capital de República Centroafricana. Allí fue aclamado por la gente
no como jefe máximo de la Iglesia católica, sino como líder moral mundial
creíble cuya presencia concreta, más allá de cualquier discurso, significó un
mensaje de paz. Un mensaje de esperanza de que las cosas sí pueden cambiar si
hay voluntad, determinación, fe, más allá de esa “tercera guerra mundial en
pedazos” en curso en este mundo.