El 2017, su primer año, ha estado marcado por
decisiones que han desencadenado serias tensiones internacionales y la
aprobación más baja que haya registrado un mandatario en el país a estas alturas.
Primer personaje mundial del GDA que repite de manera consecutiva.
Sergio Gómez Maseri - corresponsal de El
Tiempo/Colombia/GDA - Washington
Por algunos instantes, a comienzos de este año se llegó a pensar
que el Donald Trump candidato, explosivo e irreverente como ninguno, daría paso
a una versión de sí mismo más atemperada y en línea con la enorme
responsabilidad que viene con las llaves de la Casa Blanca.
Pero nada más distante de la realidad. En estos 11 meses que van
desde que llegó a la Oficina Oval, no ha pasado un día sin que el presidente
republicano se haya visto envuelto en una polémica. No solo con rivales, sino
también con sus supuestos aliados.
En algunos casos, la mayoría, han sido asuntos triviales que por
lo general nacen y mueren con trinos en las redes sociales. Pero otros han
involucrado decisiones de gran calado y con enormes repercusiones tanto para
Estados Unidos como para el resto del mundo. En especial, las que apuntan a un
repliegue del liderazgo terráqueo que por décadas ha comandado Washington en
temas tan sensibles como seguridad, comercio, medio ambiente y derechos
humanos.
Por eso, precisamente, 143 editores del Grupo de Diarios de América
(GDA), integrado por los 11 periódicos más importantes de la región –El
Universal (México), El Nacional (Venezuela), La Nación (Costa Rica), El
Comercio (Perú), El Tiempo (Colombia), O Globo (Brasil), El Mercurio (Chile),
El País (Uruguay), La Nación (Argentina), El Nuevo Día (Puerto Rico) y La
Prensa Gráfica (El Salvador)- decidieron
nombrarlo Personaje Mundial del año 2017. Una designación que también recibió
en el 2016, tras ganar las elecciones de manera sorpresiva, y que lo convierte
en el primero en obtenerlo durante dos años consecutivos.
Trump arrancó su mandato con dos claros objetivos en mente:
imponer la agenda populista-nacionalista que lo llevó a la victoria y deshacer
en su integridad el legado de su antecesor, el expresidente Barack Obama.
Pero su inicio estuvo plagado por una serie de traspiés que le
salieron costosos y, al día hoy, todavía sigue pagando.
Para la mayoría de analistas, entre ellos Yuval Levin, editor en
jefe de National Affairs –una de las publicaciones más reconocidas en los
círculos conservadores del país–, en gran parte, eso fue producto no solo de la
naturaleza impulsiva del presidente republicano, sino del entorno que escogió
para rodearse, compuesto en su mayoría por personas con muy poca experiencia
política, entre ellos dos de sus hijos y su yerno, Jared Kushner.
Quizá el tropiezo más evidente de todos llegó solo días después de
asumir el poder, cuando firmó una orden ejecutiva para bloquear el ingreso a
Estados Unidos de musulmanes de algunos países y que desató protestas a nivel
nacional y fue demandada en cortes a lo largo del país.
Más que su legalidad en términos constitucionales, fue la manera
torpe como fue redactada lo que terminó causando el impase. De hecho, la
Corte Suprema finalmente le dio la razón 10 meses después, pero luego de que la
medida original fue retirada y corregida en dos ocasiones posteriores.
El caos de esos meses iniciales se vio agravado por la escandalosa
investigación adelantada por el FBI y el Congreso para determinar si su campaña
colaboró con Rusia para influir en el resultado de las elecciones del año
pasado.
Trump complicó aún más las cosas cuando decidió destituir, de
manera abrupta, a James Comey, el director de esta agencia. Aunque inicialmente
se citaron otros motivos, el propio presidente terminó admitiendo poco después
que le había cortado la cabeza por la pesquisa que adelantaba en su entorno.
Tan escandaloso fue el incidente que el Departamento de Justicia
tuvo que nombrar a un fiscal especial para que se encargara de la
investigación. Desde entonces, la trama rusa, que Trump niega a capa y espada,
se ha posado como una nube negra que no deja de amenazar su presidencia.
A la fecha ya son cuatro las personas que se han declarado
culpables o han sido acusadas en este contexto. El más relevante de todos es
Michael Flynn; su exasesor de seguridad nacional admitió hace pocas semanas
haber mentido al FBI sobre sus contactos con funcionarios de Moscú cuando aún
Trump no era presidente en ejercicio. Y en la mira están su hijo Donald Jr.,
que al parecer también mintió, y Kushner. De hecho, ya se habla de que el
fiscal estaría trabajando en un caso de obstrucción a la justicia contra Trump,
y no han dejado de sonar las similitudes con el escándalo que le costó el puesto
al expresidente Richard Nixon.
Paralelo a esto, su gobierno se ha visto marcado por una puja
interna entre la facción ‘nacionalista’ que encabezaba su exasesor Steve Bannon
y otra más a tono con el establecimiento republicano. Producto de ella, en gran
parte, ya han salido al menos 14 funcionarios de alto rango. Todo un récord
para una administración que aún no completa ni el año en la Casa Blanca.
Esa misma disputa se ha trasladado a un Congreso que pese a estar
dominado por los republicanos ha avanzado muy poco en la agenda que se fijó el
presidente. No pudieron, por ejemplo, ponerse de acuerdo para desarticular la
reforma de la salud que se aprobó cuando Obama estaba en la presidencia y
llevaban siete años criticando.
Tampoco se movió un ambicioso plan para invertir en
infraestructura ni aparecieron los fondos que Trump pidió para construir el
muro en la frontera con México, quizá la promesa más recurrente en su campaña.
Solo al final, Cámara y Senado lograron ponerse de acuerdo en
torno a una reforma tributaria, que cayó bien entre la base del partido, pero
que ha sido cuestionada por economistas en ambos lados del espectro político,
dado el impacto que tendría en el aumento de un peligroso déficit fiscal que ya
se acerca al 100 por ciento del producto interno bruto.
“El patrón normal de una presidencia suele ser un primer año
productivo y, luego, un descenso paulatino hacia el agotamiento, la
incompetencia y el escándalo. Es decir, este primer año de Trump parece el
octavo de otras presidencias. Ya tocado el piso, quizás lo que viene sea
mejor”, afirma Levin. Pero eso es siendo optimista.
La llegada de Trump al poder ha causado toda una fractura dentro
del Partido Republicano, que hoy se ve más dividido que nunca y podría hacer
implosión en las elecciones legislativas del 2018, cuando los demócratas
esperan recuperar al menos una de las cámaras del Congreso.
Así mismo, su retórica antimusulmana, que ha sido tildada por
algunos como racista, ha polarizado al país aún más de lo que ya estaba.
En gran parte, de acuerdo con el premio nobel de economía Paul
Krugman, la raíz de muchos de los problemas que aquejan a Trump están atados a
una personalidad egocéntrica que no opera basada en objetivos de Estado sino al
vaivén de su estado de ánimo.
“El asunto con Trump no es solo lo que hace sino lo que él no es.
En su mente, todo se relaciona consigo mismo y la percepción que otros tengan
de él. Y gobernar desde una perspectiva guiada por el ego solo conduce a
decisiones equivocadas”, dice este experto.
Y aunque Trump sigue contando con apoyo entre los sectores más
radicales del país, su popularidad a nivel nacional es un signo de que los
estadounidenses han tomado nota de su tumultuoso primer año.
Según un sondeo reciente del Washington Post y ABC, solo el 37 por
ciento aprueba su gestión. Y se trata del número más bajo que ha registrado un
presidente a estas alturas de su mandato en lo que va de la historia de este
tipo de mediciones.
Para ponerlo en contexto, actualmente, el neto de Trump (la
diferencia entre los que lo apoyan y los que lo rechazan) es de negativos 22
puntos. Bill Clinton, el presidente que le sigue en la lista de malas
calificaciones, tenía un positivo de 11 puntos casi una Oval.
Balance de sus seguidores
Pese a ello, desde la perspectiva de sus simpatizantes, la
administración Trump ha sido fuente de buenas noticias. Entre ellas, la
elección del juez conservador Neil Gorsuch en un asiento en la Corte Suprema de
Justicia; los avances en la guerra contra el Estado Islámico en Siria; la
eliminación de regulaciones medioambientales que muchos en el partido
cuestionaban como un freno al desarrollo; la mano dura con Irán y Corea del
Norte; las estadísticas en lo económico, que hablan de una bonanza en el
mercado de valores y el índice de desempleo más bajo en 17 años (4,1 por
ciento).
De manera curiosa, en la arena internacional es donde Trump ha
sido más “exitoso” a la hora de implementar su política nacionalista.
En lo comercial puso freno a las negociaciones para integrar la
Alianza Transpacífica (TPP por su sigla en inglés) y ha forzado una polémica
renegociación del TLCAN que aún está sobre la mesa y es fuente de alta tensión
con México y Canadá.
Así mismo, dio reversa al sí que dio EE. UU. para el acuerdo de
París sobre cambio climático, descertificó el pacto que se había alcanzado con
Irán para poner freno a sus ambiciones nucleares, está enfrascado en una
retórica belicista con Corea del Norte –que tiene al mundo en ascuas– y ha
cuestionado en repetidas ocasiones la viabilidad de la Otán y la ONU,
retirándose de la Unesco y de un acuerdo reciente sobre migrantes que llevaba
la firma del planeta entero.
Y con ese mismo propósito pidió al Congreso reducir el presupuesto
del Departamento de Estado en más de un 30 por ciento y se ha abstenido de
nombrar a nuevos funcionarios, pese a que casi el 60 por ciento de los altos
diplomáticos de carrera han optado por abandonar el servicio exterior en
respuesta a sus planteamientos en esa política.
Jerusalén, un tema crucial
Igual de delicado, Trump anunció este mes que EE. UU. reconocerá a
Jerusalén como la capital de Israel, algo que ningún otro presidente se había
atrevido a decir en 70 años y que cayó como una bomba en el resto de Oriente
Próximo.
Aunque el mandatario postergó el traslado formal de la embajada de
Tel Aviv a Jerusalén por seis meses, muchos creen que el gesto ha dejado
heridas de muerte las negociaciones de paz que él mismo le había encomendado a
Kushner, el esposo de su hija Ivanka.
Todas las anteriores fueron promesas de campaña, pero su
implementación ya en el terreno tiene preocupados, incluso, a miembros de su
propio partido.
“Lo que estamos evidenciando es un debilitamiento real del
liderazgo y la credibilidad de EE. UU. en el mundo”, es la sentencia que sin
tapujos emite Nicholas Burns, subsecretario de Estado en los años de George W.
Bush.
Un vacío, dice Burns, que está siendo llenado por China, no
precisamente el adalid de los derechos humanos y la democracia.
Y con América Latina se viene presentado algo parecido. De acuerdo
con Roger Noriega, exsubsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental
también en los años de Bush, esta Casa Blanca ha prestado muy poca atención a
la región tanto por falta de interés como por la propia disfuncionalidad que
existe entre el Departamento de Estado y la Oficina Oval.
“Es lamentable –dice Noriega– que a estas alturas todavía no
exista alguien nombrado para orquestar una política con nuestros vecinos”.
En buena medida, el año de Trump ha regresado las relaciones entre
EE. UU. y la región a las épocas en las que solo Cuba y el narcotráfico eran
los temas relevantes.
Si bien Noriega destaca la presión que este gobierno viene
ejerciendo sobre el régimen de Nicolás Maduro y su endurecimiento con La
Habana, la línea general ha sido una de conflicto e indiferencia que se ha
acentuado con la decisión del presidente de acabar con el Daca, programa que
permite la permanencia en EE. UU. de jóvenes que llegaron al país ilegalmente
siendo muy jóvenes, y los Estatus de Protección Temporal, que hacían lo mismo
para haitianos y nicaragüenses que llevaban lustros viviendo en el país.
El año que viene
Y el 2018 también pinta explosivo. No solo por los desafíos
internos que enfrenta el presidente republicano, sino por el complejo ajedrez
internacional que se avecina.
En el caso de Latinoamérica, dice el exembajador Jeffrey Davidow,
la retórica de Trump podría elevar los chances de Manuel López Obrador en
México, lo cual podría fracturar aún más las relaciones dada las inclinaciones
nacionalistas de ambos. Así mismo, la suerte de Maduro quizá también pase por
la Casa Blanca, sin olvidar que el presidente republicano dejó abierta la
posibilidad de una opción militar para este país si el régimen no cae y
continúa la crisis.
Pero donde hay más angustias es en torno a la situación en la
península coreana, donde existe la posibilidad, muy real para algunos, de que
se desate la primera guerra nuclear en todo la historia del planeta.
“La manera como ha manejado el conflicto con Corea del Norte es
una de las cosas más irresponsables jamás hechas por un presidente de EE. UU.
Hasta ahora, nadie ha muerto por los trinos de Trump, pero si se desata una
conflagración, muchos tendrán que rendir cuentas por no haber hecho nada por
impedirlo”, afirma el analista.
Lo delicado con Trump, y este año ha sido testigo de ello, es que
cualquier cosa, incluso un escenario semejante, está dentro de lo viable.