Encabezado

diciembre 24, 2017

Encuesta GDA 2017: Trump y el año en el que Estados Unidos dio un paso atrás

El 2017, su primer año, ha estado marcado por decisiones que han desencadenado serias tensiones internacionales y la aprobación más baja que haya registrado un mandatario en el país a estas alturas. Primer personaje mundial del GDA que repite de manera consecutiva.

Sergio Gómez Maseri - corresponsal de El Tiempo/Colombia/GDA - Washington

Por algunos instantes, a comienzos de este año se llegó a pensar que el Donald Trump candidato, explosivo e irreverente como ninguno, daría paso a una versión de sí mismo más atemperada y en línea con la enorme responsabilidad que viene con las llaves de la Casa Blanca.

Pero nada más distante de la realidad. En estos 11 meses que van desde que llegó a la Oficina Oval, no ha pasado un día sin que el presidente republicano se haya visto envuelto en una polémica. No solo con rivales, sino también con sus supuestos aliados.

En algunos casos, la mayoría, han sido asuntos triviales que por lo general nacen y mueren con trinos en las redes sociales. Pero otros han involucrado decisiones de gran calado y con enormes repercusiones tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo. En especial, las que apuntan a un repliegue del liderazgo terráqueo que por décadas ha comandado Washington en temas tan sensibles como seguridad, comercio, medio ambiente y derechos humanos.

Por eso, precisamente, 143 editores del Grupo de Diarios de América (GDA), integrado por los 11 periódicos más importantes de la región –El Universal (México), El Nacional (Venezuela), La Nación (Costa Rica), El Comercio (Perú), El Tiempo (Colombia), O Globo (Brasil), El Mercurio (Chile), El País (Uruguay), La Nación (Argentina), El Nuevo Día (Puerto Rico) y La Prensa Gráfica (El Salvador)-  decidieron nombrarlo Personaje Mundial del año 2017. Una designación que también recibió en el 2016, tras ganar las elecciones de manera sorpresiva, y que lo convierte en el primero en obtenerlo durante dos años consecutivos.

Trump arrancó su mandato con dos claros objetivos en mente: imponer la agenda populista-nacionalista que lo llevó a la victoria y deshacer en su integridad el legado de su antecesor, el expresidente Barack Obama. 

Pero su inicio estuvo plagado por una serie de traspiés que le salieron costosos y, al día hoy, todavía sigue pagando.

Para la mayoría de analistas, entre ellos Yuval Levin, editor en jefe de National Affairs –una de las publicaciones más reconocidas en los círculos conservadores del país–, en gran parte, eso fue producto no solo de la naturaleza impulsiva del presidente republicano, sino del entorno que escogió para rodearse, compuesto en su mayoría por personas con muy poca experiencia política, entre ellos dos de sus hijos y su yerno, Jared Kushner.

Quizá el tropiezo más evidente de todos llegó solo días después de asumir el poder, cuando firmó una orden ejecutiva para bloquear el ingreso a Estados Unidos de musulmanes de algunos países y que desató protestas a nivel nacional y fue demandada en cortes a lo largo del país.

Más que su legalidad en términos constitucionales, fue la manera torpe como fue redactada lo que terminó causando el impase. De hecho, la Corte Suprema finalmente le dio la razón 10 meses después, pero luego de que la medida original fue retirada y corregida en dos ocasiones posteriores.

El caos de esos meses iniciales se vio agravado por la escandalosa investigación adelantada por el FBI y el Congreso para determinar si su campaña colaboró con Rusia para influir en el resultado de las elecciones del año pasado.

Trump complicó aún más las cosas cuando decidió destituir, de manera abrupta, a James Comey, el director de esta agencia. Aunque inicialmente se citaron otros motivos, el propio presidente terminó admitiendo poco después que le había cortado la cabeza por la pesquisa que adelantaba en su entorno.

Tan escandaloso fue el incidente que el Departamento de Justicia tuvo que nombrar a un fiscal especial para que se encargara de la investigación. Desde entonces, la trama rusa, que Trump niega a capa y espada, se ha posado como una nube negra que no deja de amenazar su presidencia.

A la fecha ya son cuatro las personas que se han declarado culpables o han sido acusadas en este contexto. El más relevante de todos es Michael Flynn; su exasesor de seguridad nacional admitió hace pocas semanas haber mentido al FBI sobre sus contactos con funcionarios de Moscú cuando aún Trump no era presidente en ejercicio. Y en la mira están su hijo Donald Jr., que al parecer también mintió, y Kushner. De hecho, ya se habla de que el fiscal estaría trabajando en un caso de obstrucción a la justicia contra Trump, y no han dejado de sonar las similitudes con el escándalo que le costó el puesto al expresidente Richard Nixon.

Paralelo a esto, su gobierno se ha visto marcado por una puja interna entre la facción ‘nacionalista’ que encabezaba su exasesor Steve Bannon y otra más a tono con el establecimiento republicano. Producto de ella, en gran parte, ya han salido al menos 14 funcionarios de alto rango. Todo un récord para una administración que aún no completa ni el año en la Casa Blanca.

Esa misma disputa se ha trasladado a un Congreso que pese a estar dominado por los republicanos ha avanzado muy poco en la agenda que se fijó el presidente. No pudieron, por ejemplo, ponerse de acuerdo para desarticular la reforma de la salud que se aprobó cuando Obama estaba en la presidencia y llevaban siete años criticando. 

Tampoco se movió un ambicioso plan para invertir en infraestructura ni aparecieron los fondos que Trump pidió para construir el muro en la frontera con México, quizá la promesa más recurrente en su campaña.

Solo al final, Cámara y Senado lograron ponerse de acuerdo en torno a una reforma tributaria, que cayó bien entre la base del partido, pero que ha sido cuestionada por economistas en ambos lados del espectro político, dado el impacto que tendría en el aumento de un peligroso déficit fiscal que ya se acerca al 100 por ciento del producto interno bruto. 

“El patrón normal de una presidencia suele ser un primer año productivo y, luego, un descenso paulatino hacia el agotamiento, la incompetencia y el escándalo. Es decir, este primer año de Trump parece el octavo de otras presidencias. Ya tocado el piso, quizás lo que viene sea mejor”, afirma Levin. Pero eso es siendo optimista. 

La llegada de Trump al poder ha causado toda una fractura dentro del Partido Republicano, que hoy se ve más dividido que nunca y podría hacer implosión en las elecciones legislativas del 2018, cuando los demócratas esperan recuperar al menos una de las cámaras del Congreso. 

Así mismo, su retórica antimusulmana, que ha sido tildada por algunos como racista, ha polarizado al país aún más de lo que ya estaba. 

En gran parte, de acuerdo con el premio nobel de economía Paul Krugman, la raíz de muchos de los problemas que aquejan a Trump están atados a una personalidad egocéntrica que no opera basada en objetivos de Estado sino al vaivén de su estado de ánimo. 

“El asunto con Trump no es solo lo que hace sino lo que él no es. En su mente, todo se relaciona consigo mismo y la percepción que otros tengan de él. Y gobernar desde una perspectiva guiada por el ego solo conduce a decisiones equivocadas”, dice este experto.

Y aunque Trump sigue contando con apoyo entre los sectores más radicales del país, su popularidad a nivel nacional es un signo de que los estadounidenses han tomado nota de su tumultuoso primer año. 

Según un sondeo reciente del Washington Post y ABC, solo el 37 por ciento aprueba su gestión. Y se trata del número más bajo que ha registrado un presidente a estas alturas de su mandato en lo que va de la historia de este tipo de mediciones.

Para ponerlo en contexto, actualmente, el neto de Trump (la diferencia entre los que lo apoyan y los que lo rechazan) es de negativos 22 puntos. Bill Clinton, el presidente que le sigue en la lista de malas calificaciones, tenía un positivo de 11 puntos casi una Oval.

Balance de sus seguidores

Pese a ello, desde la perspectiva de sus simpatizantes, la administración Trump ha sido fuente de buenas noticias. Entre ellas, la elección del juez conservador Neil Gorsuch en un asiento en la Corte Suprema de Justicia; los avances en la guerra contra el Estado Islámico en Siria; la eliminación de regulaciones medioambientales que muchos en el partido cuestionaban como un freno al desarrollo; la mano dura con Irán y Corea del Norte; las estadísticas en lo económico, que hablan de una bonanza en el mercado de valores y el índice de desempleo más bajo en 17 años (4,1 por ciento).

De manera curiosa, en la arena internacional es donde Trump ha sido más “exitoso” a la hora de implementar su política nacionalista. 

En lo comercial puso freno a las negociaciones para integrar la Alianza Transpacífica (TPP por su sigla en inglés) y ha forzado una polémica renegociación del TLCAN que aún está sobre la mesa y es fuente de alta tensión con México y Canadá.

Así mismo, dio reversa al sí que dio EE. UU. para el acuerdo de París sobre cambio climático, descertificó el pacto que se había alcanzado con Irán para poner freno a sus ambiciones nucleares, está enfrascado en una retórica belicista con Corea del Norte –que tiene al mundo en ascuas– y ha cuestionado en repetidas ocasiones la viabilidad de la Otán y la ONU, retirándose de la Unesco y de un acuerdo reciente sobre migrantes que llevaba la firma del planeta entero. 

Y con ese mismo propósito pidió al Congreso reducir el presupuesto del Departamento de Estado en más de un 30 por ciento y se ha abstenido de nombrar a nuevos funcionarios, pese a que casi el 60 por ciento de los altos diplomáticos de carrera han optado por abandonar el servicio exterior en respuesta a sus planteamientos en esa política.

Jerusalén, un tema crucial 

Igual de delicado, Trump anunció este mes que EE. UU. reconocerá a Jerusalén como la capital de Israel, algo que ningún otro presidente se había atrevido a decir en 70 años y que cayó como una bomba en el resto de Oriente Próximo.

Aunque el mandatario postergó el traslado formal de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén por seis meses, muchos creen que el gesto ha dejado heridas de muerte las negociaciones de paz que él mismo le había encomendado a Kushner, el esposo de su hija Ivanka. 

Todas las anteriores fueron promesas de campaña, pero su implementación ya en el terreno tiene preocupados, incluso, a miembros de su propio partido.

“Lo que estamos evidenciando es un debilitamiento real del liderazgo y la credibilidad de EE. UU. en el mundo”, es la sentencia que sin tapujos emite Nicholas Burns, subsecretario de Estado en los años de George W. Bush.

Un vacío, dice Burns, que está siendo llenado por China, no precisamente el adalid de los derechos humanos y la democracia.

Y con América Latina se viene presentado algo parecido. De acuerdo con Roger Noriega, exsubsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental también en los años de Bush, esta Casa Blanca ha prestado muy poca atención a la región tanto por falta de interés como por la propia disfuncionalidad que existe entre el Departamento de Estado y la Oficina Oval.

“Es lamentable –dice Noriega– que a estas alturas todavía no exista alguien nombrado para orquestar una política con nuestros vecinos”.

En buena medida, el año de Trump ha regresado las relaciones entre EE. UU. y la región a las épocas en las que solo Cuba y el narcotráfico eran los temas relevantes.

Si bien Noriega destaca la presión que este gobierno viene ejerciendo sobre el régimen de Nicolás Maduro y su endurecimiento con La Habana, la línea general ha sido una de conflicto e indiferencia que se ha acentuado con la decisión del presidente de acabar con el Daca, programa que permite la permanencia en EE. UU. de jóvenes que llegaron al país ilegalmente siendo muy jóvenes, y los Estatus de Protección Temporal, que hacían lo mismo para haitianos y nicaragüenses que llevaban lustros viviendo en el país.

El año que viene

Y el 2018 también pinta explosivo. No solo por los desafíos internos que enfrenta el presidente republicano, sino por el complejo ajedrez internacional que se avecina. 

En el caso de Latinoamérica, dice el exembajador Jeffrey Davidow, la retórica de Trump podría elevar los chances de Manuel López Obrador en México, lo cual podría fracturar aún más las relaciones dada las inclinaciones nacionalistas de ambos. Así mismo, la suerte de Maduro quizá también pase por la Casa Blanca, sin olvidar que el presidente republicano dejó abierta la posibilidad de una opción militar para este país si el régimen no cae y continúa la crisis. 

Pero donde hay más angustias es en torno a la situación en la península coreana, donde existe la posibilidad, muy real para algunos, de que se desate la primera guerra nuclear en todo la historia del planeta.

“La manera como ha manejado el conflicto con Corea del Norte es una de las cosas más irresponsables jamás hechas por un presidente de EE. UU. Hasta ahora, nadie ha muerto por los trinos de Trump, pero si se desata una conflagración, muchos tendrán que rendir cuentas por no haber hecho nada por impedirlo”, afirma el analista.


Lo delicado con Trump, y este año ha sido testigo de ello, es que cualquier cosa, incluso un escenario semejante, está dentro de lo viable.