Encabezado

diciembre 20, 2020

Personaje GDA 2020: los trabajadores de la salud

En un año marcado en todos los ámbitos por la pandemia del coronavirus el Grupo de Diarios América (GDA) quiso reconocer la labor de la comunidad médica y de los miles de trabajadores sanitarios que sacrificaron sus intereses personales y sus vidas familiares por atender a los pacientes que llegaban con una enfermedad nueva y, por lo tanto, de consecuencias desconocidas.


Estos testimonios de diez trabajadores del sector de la salud en Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica, El Salvador, México, Perú, Puerto Rico, Uruguay, Venezuela representan los esfuerzos y la invaluable labor que han realizado durante una crisis sanitaria que ha remecido la economía, la política y la vida en sociedad como la conocíamos.

Argentina

“Acá nadie flaqueó”

Para Alberto Félix Crescenti, de 67 años, director del Servicio de Atención Médica de Emergencias (SAME) de la Ciudad de Buenos Aires, la pandemia ha sido el desafío más complejo de su larga carrera. “Fue algo absolutamente inesperado a nivel mundial”, aunque agrega que el equipo que conduce, tanto en recursos humanos como materiales, estaba listo para hacerle frente al covid-19.

Y aunque los casos mermaron, hubo un gran número de pérdidas humanas.

Pese a las dificultades, Crescenti cree que el equipo se ha fortalecido: “Lo positivo es tener un sistema como este, integrado por profesionales de excelencia. Es un equipo sufrido, con mucha entrega y mucha mística. Cuando te enfrentas a algo desconocido, hay que tener lo que se necesita para enfrentarlo, porque el miedo está, uno piensa en la familia, pero acá nadie flaqueó”.

Se confiesa ansioso por la llegada de una vacuna, mientras alerta que la pandemia no ha terminado y que sería difícil volver a implementar una cuarentena estricta en un contexto de mucho cansancio psicológico y económico. “El equipo médico va a ser de los primeros en vacunarse. Estamos expectantes a la información que nos entregue nuestro ministro de Salud para definir qué vacuna nos damos, debe ser segura, este equipo no puede caer”.

Alejandro Horvat, La Nación


Brasil

“Es necesario demostrar cómo funciona el proceso científico”

La microbióloga Natalia Pasternak se volvió una de las voces centrales de la campaña de la comunidad científica brasileña contra la desinformación sobre la pandemia que salía del gobierno de Jair Bolsonaro. Durante el año fue una comunicadora científica de inaudita intensidad, con la urgencia de alguien que sabe que ese trabajo salva vidas.

“La principal dificultad de difundir ciencia durante la pandemia fue la avalancha de desinformación generada por fuentes oficiales y que justo por ello tienen credibilidad, como el gobierno federal y el Ministerio de Salud”, cuenta Pasternak.

Escribió posts y grabó videos destacando la importancia de medidas básicas para impedir la propagación del coronavirus, al tiempo que creó eventos virtuales de información científica sobre el Sars-CoV-2 que reunieron algunas de las mentes científicas más brillantes de Brasil. “No es suficiente refutar a las autoridades. Es necesario demostrar cómo funciona el proceso científico, es decir, como se hace la ciencia”, aclara.

Pasternak, de 44 años, es directora-presidente del Instituto Questão de Ciência, que maneja la educación científica centrada en la formulación de políticas públicas. En octubre, fue la primera brasileña elegida para integrar el Comité para la Investigación Escéptica, organización que combate la pseudociencia internacionalmente.

También es investigadora en la Universidade de São Paulo (USP) y miembro del Equipo Halo, iniciativa de Naciones Unidas que reúne a profesionales que trabajan en el combate a la pandemia. “Cada persona que lleva la mascarilla puesta, que ha dejado de creer en la cloroquina y confía en las vacunas me hace pensar que ha merecido la pena”, dice.

Renato Grandelle, O Globo


Chile

“Hasta su último suspiro”

Astrid Jerez Pinilla es una enfermera clínica especialista en alivio del dolor y cuidados paliativos que pasó de tener pacientes ambulatorios a trabajar tiempo completo con hospitalizados por covid-19 en el Hospital Barros Luco Trudeau (San Miguel, Santiago de Chile). En ese centro médico de alta complejidad, que atiende a 1,3 millones de personas, se instaló la primera Unidad de Cuidados Proporcionales (UCP) para este tipo de pacientes en el sistema público chileno.

“Esto marcó un desafío personal enorme, porque además de recibir las capacitaciones a nivel institucional, volví a estudiar y repasar protocolos. Todo esto, con una sensación de miedo y angustia, porque no sabía a lo que me iba a enfrentar y por mis hijos, de 2 y 4 años”, dice.

Una vez que pudieron poner en pleno funcionamiento la UCP pudo “interiorizar a mis colegas en el mundo de los cuidados de fin de vida”.

“En este período fue donde empecé a ver lo más duro de la pandemia: la soledad de la muerte. En nuestro equipo, para humanizar la atención y acompañar a quienes se encontraban en su fase final, establecimos —mediante el uso de tecnología y llamadas diarias a los familiares—, un puente con ellos, entregándoles información oportuna. Incluso se permitió que los más cercanos —bajo estrictas medidas de seguridad y siempre que se pudiese— visitaran a los pacientes”, relata Astrid.

“Esto creo que ha sido lo más agradecido por las familias y, en lo personal, uno de los aspectos más positivos de esta pandemia, porque sentí que efectivamente era un aporte en ese servicio y porque acompañamos a las personas, desde su llegada al hospital, hasta su último suspiro”.

Max Chávez, El Mercurio



Costa Rica

“A ninguno nos pasaba covid por la cabeza”

Era un miércoles de marzo. La especialista costarricense en Medicina Interna e Inmunología, María Paz León Bratti, recibió en su consultorio privado a un colega suyo, por un problema alérgico. “Venía febril y cuando lo examiné tenía una franca neumonía”, recuerda. Ni la mascarilla era obligatoria, ni se hablaba del distanciamiento físico y las noticias de la enfermedad eran solo del extranjero.

“Me contó que venía llegando al país. Estaba desaturado, le recomendé antibióticos y que se vigilara, pero a ninguno nos pasaba covid por la cabeza”, recuerda.

A los pocos días ese paciente sería identificado como el “caso cero” en Costa Rica y después como un “super diseminador” porque en el hospital donde trabajaba como ginecoobstetra contagió, sin saber que tenía la enfermedad, a decenas de personas.

León Bratti también se contagió en la primera atención al “paciente cero”. Se autoconfinó durante cuatro semanas y no desarrolló una enfermedad grave.

Su paciente y colega falleció en abril. Fue de las primeras víctimas mortales por causas relacionadas a la covid.

Nueve meses después, León Bratti sigue vinculada al combate a la pandemia y coordina las unidades que atienden a estos enfermos en el Hospital México, donde llegó el “paciente cero”.

La especialista, quien ha trabajado durante varias décadas con personas infectadas con VIH, considera que esta pandemia ha enseñado la importancia de la responsabilidad en el cuidado personal. “Aquí le aconsejamos a los pacientes: aunque estén mal crean que van a salir. Hay que ser muy positivos y enfrentar la enfermedad con optimismo”.

Angela Avalos, La Nación


El Salvador

“Tuvimos que ingeniarnos en coordinación con otras disciplinas”

Lo más doloroso de la pandemia, dice el infectólogo Jorge Panameño, ha sido “ver pacientes que fallecían, otros que estaban en el suelo esperando una cama. Ver a los colegas clamar por equipo para protegerse, saber de los trabajadores de la salud muertos en el cumplimiento de su deber porque les faltó equipo para protegerse, o atención una vez enfermos”. El médico salvadoreño recuerda también el costo emocional que significó la muerte de familiares y colegas.

Habla de las dificultades que el personal de la salud ha tenido en El Salvador, donde “no pudimos unir esfuerzos, por más que intentamos, con el sistema de salud estatal, para poder aportar la experiencia que los años de ejercer nos han permitido acumular” a lo que se sumó la falta de camas hospitalarias, tanto en el ámbito público como en el privado. “Tuvimos que ingeniarnos en coordinación con otras disciplinas como la enfermería y la terapia respiratoria para dar atención a domicilio”.

Pese a las carencias y al sacrificio de postergar a su propia familia para poder atender, reconoce algo positivo en la atención a sus pacientes, al ver que “se recuperan después de pasar periodos especialmente críticos, y vuelven con sus familias”. Y destaca que hoy la experiencia acumulada “nos ha servido mucho para colaborar aún más”. “Con esta enfermedad cada día aprendemos algo nuevo, pasarán muchos años antes de poder manejar todos los aspectos que involucra”, sostiene.

Mariana Belloso, La Prensa Gráfica


México

“Uno es el medio de comunicación” entre los pacientes y su familia

Ivalu Arcelia Carmona Campos es médico urgencióloga y está orgullosa de pertenecer al personal de salud que combate la pandemia. Y su entrega en estos nueve meses de batalla sanitaria en México le valió la condecoración con la medalla Miguel Hidalgo, en Grado Cruz. La urgencióloga no se ha contagiado, aunque sí padeció un trastorno de angustia. Su esposo, de la misma profesión, sí se contagió, y estuvo delicado.

Para ella, la mejor parte es cuando un paciente con coronavirus mejora, sobre todo en los casos más graves. Pero también está el otro lado de la moneda: “Es triste y te sientes frustrado porque no puedes hacer más, ya la enfermedad está tan avanzada que aunque los intubes sus pulmones están fibróticos y no tienen capacidad para recibir el volumen adecuado de aire del ventilador”, explica.

La doctora Carmona, madre de una niña de 10 años, comenta que entre las cosas más difíciles está el impedimento de visita de los familiares a los enfermos, porque las personas no se pueden despedir de sus seres queridos. Por eso celebra que se hayan implementado medidas de las que ella fue promotora, como las llamadas telefónicas o videollamadas.

“Uno es el medio de comunicación. Muchas veces presto mi teléfono y si el paciente está estable me retiro… pero cuando están graves estoy presente, ante cualquier duda de un familiar. Es cuando me ha costado mucho trabajo porque hablando con el familiar se me quiebra la voz, es muy difícil explicarles enfrente del paciente que está grave, pero a veces es lo que uno quiere, lo pide, hablar con un familiar porque no sé si después de intubarme voy a salir adelante o no”, dice.

Perla Miranda, El Universal


Perú

“No tomarnos nuestro tiempo nos ha hecho mucho daño”

Un video recorrió WhatsApp y Facebook. Tenía información real, verificada. Era el infectólogo Juan Carlos Celis, jefe del Departamento de Enfermedades Infecciosas del Hospital Regional de Loreto, compartiendo las lecciones aprendidas en Iquitos y señalando cómo la estrategia dictada desde el Ministerio de Salud no era la más adecuada, menos para localidades tan lejanas como las de la Amazonía.

“Respondimos lento, tarde y, muchas veces, mal. Es una crisis de salud pública que ha puesto en crisis todo lo demás, incluida la ciencia (…) Nos hemos sometido a una especie de miedo, susto y desesperación que nos ha hecho flexibilizar el rigor del que normalmente alardeamos en la ciencia. No hemos vivido epidemias como esta en muchos años y supongo que eso es lo que hace que en muchas partes se esté sintiendo lo mismo”, dice.

Reconoce que en esta pandemia se pudo hacer mucho más. “Por desesperación y premura me dediqué solo a atender y no a sacar, más rápido de lo que yo hubiera querido, una enseñanza. Ese mes y medio que demoré en darme cuenta de los errores que estábamos cometiendo, creo que pudieron haber sido solo dos semanas si hacía un estudio simple, dividiendo a los pacientes en dos grupos, viendo a quién le doy y a quién no (un tratamiento). Era una situación nueva y no nos dimos cuenta de que no estábamos haciendo bien en administrar medicamentos con desesperación. Por eso mi posición es firme: no estoy de acuerdo con quienes dicen que no hay tiempo. Por el contrario, creo que no tomarnos nuestro tiempo nos ha hecho mucho daño”, reflexiona.

¿Si llega una segunda ola hoy estarían preparados? Celis le tiene miedo a esa palabra, pero reconoce que están mucho mejor que a mediados de año. Sin embargo, sabe que no se puede bajar los brazos y que la amenaza sigue dando vueltas.

Bruno Ortiz Bisso, El Comercio


Puerto Rico

“Vale más una onza de prevención que una tonelada de tratamiento”

Todo comenzó en abril con unos vehículos con altoparlantes educando sobre el covid-19 en Villalba, un pueblo cerca del centro de Puerto Rico. Pero para la epidemióloga Fabiola Cruz (28 años) no era suficiente: el mejor plan para enfrentar la enfermedad era identificar a los infectados, rastrear contactos y hacer pruebas.

“Leí la respuesta de Singapur a la pandemia y comencé a buscar el protocolo de rastreo de contactos y el protocolo del ébola. Lo adopté a los períodos de incubación y al período infeccioso del coronavirus y se lo presenté al alcalde”, relató Cruz, candidata a un doctorado en Microbiología Médica.

El Sistema de Rastreo de Contactos Municipal arrancó un jueves y 24 horas después identificó al primer contagiado. Ante la ineficiencia del gobierno estatal para rastrear a los contactos, la iniciativa de Cruz se replicó en los 78 pueblos de la isla y ahora cuenta con sobre 600 empleados y un presupuesto de casi US$30 millones.

La epidemióloga de 28 años confesó que lo más doloroso de la pandemia ha sido no poder ver a su familia por tres meses. A eso se sumó el día cuando supo que su marido se infectó y presentó síntomas; de inmediato, ella se aisló y no se contagió.

Lo positivo de la pandemia, según la experta, es que Puerto Rico y el mundo reconoció la importancia de la salud pública. “Como dicen, vale más una onza de prevención que una tonelada de tratamiento”, acotó.

José Orlando Delgado Rivera, El Nuevo Día


Uruguay

“Ayudar es un deber”

A fines de marzo Uruguay daba los primeros pasos en su lucha contra el coronavirus, con la ventaja de haber tenido su primer caso con cierto retraso y haber podido aprender de las experiencias de otros países.

A nivel local la situación estaba bajo control pero un crucero con más de 200 personas anunció que muchos de sus pasajeros tenían síntomas de covid-19. El “Greg Mortimer,” un barco turístico con pasajeros de más de 10 nacionalidades, navegaba desde Argentina buscando un puerto en el que le brindaran asistencia.

Tras fondear a 20 km del puerto de Montevideo, comenzó el operativo para realizar un corredor humanitario que permitiera a los pasajeros volver a su país. Pero antes se necesitaba un informe sanitario y la única forma era subir médicos a bordo.

“Ayudar es un deber, nuestra formación lleva a que sea algo natural. Es nuestro deber ético y moral ayudar”, asegura Cibeles Franchi, una de las médicas intensivistas que aceptó el desafío y junto a una delegación uruguaya navegó hasta el crucero y subió a atenderlos y dar un reporte.

Los médicos realizaron su análisis, atendieron y desembarcaron a los necesitados y días después el barco pudo llegar al puerto. Un tripulante fue internado y falleció. Los demás retornaron a sus países.

“Gracias Uruguay”, pintaron en una sábana dos de los pasajeros cuando el Greg Mortimer llegó al puerto de Montevideo.

Faustina Bartaburu y Mateo Vázquez, El País


Venezuela

“Es imposible olvidarla”

María Graciela López, infectólogo pediatra, presidenta de la Sociedad Venezolana de Infectología y profesora de postgrado de Infectología Pediátrica, dice que pese a las carencias –reforzadas por la crisis interna que Venezuela arrastra hace años– la pandemia consolidó su vocación. “El haber tenido la oportunidad de estar aquí y atender a los pacientes venezolanos en esta pandemia ha sido una bendición. Yo no cambiaría estar en ninguna parte del mundo”.

“Nuestro sistema de salud está desmantelado, con una capacidad de respuesta disminuida; hay desabastecimiento en varios rubros importantes, que no son solo medicamentos; sin hablar del personal de salud, que es cada vez menor en el sector público y con unos sueldos que no permiten la subsistencia; con una infraestructura deteriorada y sin servicios básicos”, comenta.

Para la doctora López, ha sido muy doloroso ver familias que se hospitalizaron y no salieron completas porque falleció alguno de sus miembros e insistió en la afectación en el aspecto psicológico y psiquiátrico: “El aislamiento estricto del paciente y la falta de contacto con sus familiares fueron muy duros. Nos tocó tratar a los pacientes emocionalmente”. Agregó que fue muy triste palpar la soledad de muchos adultos mayores ya que sus “hijos y familiares cercanos están fuera del país”.

López destaca el trabajo de las agencias internacionales y de ONGs que han facilitado muchos de los equipos de protección de los trabajadores de la salud, y resalta lo satisfactorio que ha sido el trabajo en equipo, ayudado por la tecnología.

Y aunque por momentos parezca que hay una salida pide no bajar la guardia. “Hemos vivido el impacto de esta enfermedad. Es imposible olvidarla”, subraya.

José Gregorio Meza, El Nacional


Más Información:

O Globo BR:


El Nuevo Día PR:

El Universal MX:

El Mercurio CL: