ESPECIAL DE FIN DE AÑO: ENCUESTA GDA PERSONAJES Y NOTICIAS 2014
En 2014, el Presidente demostró estar
resuelto a llevar adelante su proyecto para Rusia. Y ni las sanciones
occidentales ni la crisis económica en ciernes parecen frenar sus ímpetus.
Tamara Avetikian Bosaans
El Mercurio / Chile / GDA
El protagonista del año no necesariamente
es un superhéroe al que todos admiran. Tampoco su selección equivale a la de un
Premio Nobel de la Paz. El elegido de 2014, el Presidente ruso Vladimir Putin,
no es ni Superman, ni Mahatma Gandhi, pero sí un hombre de una férrea voluntad
que quiere devolver a su país al lugar que perdió con el fin de la Guerra Fría,
sin temor de poner a prueba la solidez del sistema internacional o la voluntad
de los dirigentes mundiales de oponerse a sus desafíos.
Putin no es el clásico líder carismático.
Nada más distinto a Hugo Chávez, Castro o incluso Hitler. Se ríe poco, no hace
bromas, es directo y algo brusco. Más bien bajo de estatura, muy erguido. Parece
tener siempre puesto su chaleco antibalas, pero —al parecer— según las fotos
que el Kremlin distribuye de tiempo en tiempo, no es eso, sino una musculatura
trabajada a fuerza de gimnasio y actividad física. Es cinturón negro de judo,
un deporte que usa la fuerza del adversario en su beneficio, y que necesita
paciencia y reflexión, pero también reacciones rápidas, algo que le ha servido
en política.
Según Peter Baker y Susan Glasser, autores
de “Kremlin Rising: Vladimir Putin’s Russia and the end of revolution”, Putin
es poco empático, y ni cuando saluda enfermos en un hospital infantil es
cálido, por eso los niños no lo quieren. No es alguien que sonríe cuando habla
a la multitud, ni siquiera cuando da la mano al inicio de una entrevista. No es
fácil entablar una conversación de esas que muchas veces un periodista logra
incluso con un personaje con quien no comparte las ideas. Por el contrario, es
frío y distante, y si tiene sentido del humor, no lo muestra. Imposible verle
el alma a través de sus ojos azules, como lo hizo George W. Bush.
Sin embargo, la popularidad de Vladimir ha
crecido con los años, llegando a puntos increíbles del 80%, solo comparable con
la de José “Pepe” Mujica. Apela al nacionalismo más feroz, al chauvinismo endémico
en la sociedad rusa, y a la amenaza de un enemigo externo que pretende doblegar
a la “Madre Patria”, como le gusta referirse a Rusia. Aceptó ser el sucesor de
Boris Yeltsin, en diciembre de 1999, porque, según sus palabras, quería ayudar
a “salvar a Rusia, para que no se desmembrara. Eso sería algo para sentirse
orgulloso”. Sigue pensando que el derrumbe de la URSS es el peor desastre
geopolítico del siglo XX, y probablemente que él es el único capaz de
restablecer el equilibrio.
Los acontecimientos de este año demuestran
que no ha perdido esa resolución para empujar a Rusia. No ha temido hacer
tambalear los cimientos del sistema internacional para cumplir su meta, que no
es la de resucitar la Unión Soviética, sino más bien la de recomponer el imperio
ruso, ese que tenía no solo Crimea y Ucrania, sino Bielorrusia, el transcáucaso
y los países musulmanes de Asia Central. Por ahora, las repúblicas Bálticas no
parecen estar en su periscopio.
“El oso es el amo de la taiga (bosque
boreal), y no se la cederá a nadie (...) (tampoco) se molestará en pedir
permiso”, dijo en octubre en el Club Valdai, un foro organizado por Moscú para
discutir sobre el rol de Rusia en el mundo. Frase clave para entender por qué
no acepta que la Unión Europea sea más influyente que Rusia en Kiev, o que los
georgianos quieran incorporarse a la OTAN. Parece ser más que una declaración
amenazadora. Encierra la forma en cómo Putin ve la escena global y el rol de su
país en ese entorno.
En el Club Valdai, Putin acusó directamente
a Estados Unidos de destruir el orden y la legalidad mundiales, y de tratar de
imponer —como ganador de la Guerra Fría, sin tratados— un mundo conveniente a
sus necesidades e intereses. Se quejó de que EE.UU. interviene en todo el
mundo, impunemente, y no permite que Rusia haga lo mismo. “Este periodo de
dominio unipolar ha demostrado convincentemente que tener un solo centro de
poder no hace que los procesos globales sean manejables”. Para Putin, la
hegemonía norteamericana demostró “incapacidad para luchar contra los
verdaderos peligros como los conflictos regionales, el terrorismo, el
narcotráfico o el fanatismo religioso”.
Visto así el papel de EE.UU., Putin
justifica cualquier acción de Rusia en el exterior, especialmente en su entorno
inmediato, pero también en Siria o Irán. Y, habiendo roto innumerables veces
las reglas, plantea que para evitar “la expansión del caos global”, es
necesario un orden global en el que prime el derecho internacional, y las
normas instauradas tras la Segunda Guerra “con nuevo contenido”.
Si Putin es el personaje del año, es porque
no se amilana ante la oposición de todos, no le asustan las sanciones que le
impusieron tras la crisis de Crimea y Ucrania, ni le teme al desastre económico
que puede sufrir Rusia con la fuerte caída del precio del petróleo, que ya se
ha notado con el colapso del rublo.
Cuando Yeltsin cedió su cargo al ex agente
del KGB, dijo que “el siglo debía comenzar con una era política nueva, la era
de Putin”. Ahora, la pregunta es por cuánto tiempo más podrá mantener firme su
posición ante Occidente.